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NO HAY OTRO NOMBRE
Fr. Steven Scherrer, MM, ThD
Homilía del viernes, la memoria de santa María Magdalena, 22 de julio , 2011
Éxodo 20, 1-17, Sal. 18, Juan 20, 1-2. 11-18


"Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí" (Éxodo 20, 1-3).


La revelación de los diez mandamientos a Moisés y a los israelitas en el monte Sinaí fue una etapa muy importante de la revelación especial de Dios al mundo. Aunque Dios se revela de una manera general a todos los hombres de cada cultura y pueblo (Rom. 1, 19-20), él se reveló a Israel de una manera especial, porque Israel era su propio pueblo, el pueblo escogido, a quien él preparó por medio de esta revelación especial para la venida del Mesías. Por medio del Mesías, Jesucristo, el único Hijo de Dios, esta revelación especial será llevada al mundo entero a través de la misión de la Iglesia para la salvación de todos los que creen en él.


Es un error pensar que toda la revelación de Dios -general y especial- es igual y que cada religión es igual; y que la misión de la Iglesia es sólo dialogo entre religiones en que cada persona comparte lo que su religión cree y lo que cada uno ha experimentado, y el significado que la religión de cada uno tiene para cada individuo. Sí, podemos y debemos dialogar y compartir así personalmente, y podemos aprender mucho de otras religiones (Vea mi artículo, "Hindu Asceticism," en mi página de Web [www.DailyBiblicalSermons.com] bajo: English/Other Writings/Asceticism), porque Dios se ha revelado generalmente en cada una de ellas. Pero es un gran error reducir la misión de la Iglesia a esto y a las obras de caridad, a la acción social para mejorar al mundo, y a la lucha contra la opresión política y económica. La Iglesia, en su misión al mundo, hace todo esto, pero su misión no puede ser reducida sólo a estas cosas, porque el corazón y la esencia de la misión de la Iglesia es proclamación; es decir, es proclamar la última salvación que Dios ha enviado al mundo en su único Hijo Jesucristo.


Mientras que cada pueblo y cada religión tiene su propia revelación general, que es para ellos, la cual ellos pueden compartir con nosotros y con los demás, la Iglesia tiene la comisión de Cristo de predicar y proclamar la revelación especial de Dios, dada a Israel y en su Hijo Jesucristo, a todo el mundo, a cada pueblo y cultura (Hch. 1, 8; Marcos 16, 15; Mat. 28, 19-20; Lucas 24, 47-48). La revelación general y la revelación especial no son iguales. No están en el mismo nivel. La revelación especial a Israel y en Cristo es mucho más grande e importante. Es la última revelación de Dios al mundo entero; y es la misión de la Iglesia llevar esta revelación especial a cada pueblo y cultura para su salvación.


Es sólo por la fe en Jesucristo que el hombre es salvo. Esto conocemos con seguridad (Hch. 4, 12; Juan 14, 6), y sabemos que Cristo dio a su Iglesia la obligación de hacerle conocido por todos para su salvación. No sabemos por cuáles modos Dios puede traer a la fe en Cristo necesaria para la salvación a los que no lo conocen; pero sí, sabemos claramente que la Iglesia tiene la misión y la obligación de darle a conocer a todos los pueblos.


Por eso, a pesar de que la Iglesia hace otras cosas, como diálogo interreligioso, acción social, obras de caridad, y oposición contra la opresión política y social y contra la injusticia; el corazón de su misión es predicar a Cristo a todos, porque "en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hch. 4, 12). Así es porque Jesús dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mi" (Juan 14, 6). "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él" (Juan 3, 36). "El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1 Juan 5, 12). "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones [ethnē, es decir, pueblos], bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (Mat. 28, 19-20).

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